lunes, 20 de febrero de 2012

"La tierra que dejaste"



“La tierra que dejaste”

Hace treinta  años la tierra era un paisaje que miraba a través de la ventana del coche, cuando mis padres me llevaban de  viaje.
Nací junto al mar y eso interrumpió conocer el verde, los marrones, los……., tantos y tantos colores.
Mis evasiones eran mirando el mar, sol cegador, azul o verde, gris, según al mar le apeteciera el color.
En invierno frente al mar, escuchar a Serrat cantando Mediterráneo era el mayor de mis placeres.
Una mañana, alguien que en un futuro sería una de las personas más amables y queridas que pasarían por mi vida, me mostró el resto de colores del mundo. Dos mil metros cuadrados de tierra, naranjos, limoneros, una palmera, granados…., una vieja casa y al fondo una balsa vieja y llena de agua sucia.
Jamás pensé que tan pocos metros cuadrados pudieran llenar tanto mi vida.
Por aquel entonces, esa gran persona cuidaba y mantenía a su familia, no sé si fue de la mejor forma, pero sí lo hizo lo mejor posible, nadie le había enseñado a ser padre, ni marido, tan sólo era hijo, hijo de una gran señora viuda, de ahí las ganas de crear una gran familia, y lo consiguió.
La vida hizo que me tropezara con alguien muy cercano a él, alguien que en el futuro sería la imagen de su creador, su hijo mayor, sin saberlo heredaría los gustos y parte de su sabiduría, y como cualquier hijo que se parece a su padre, orgulloso de ello está.
Rodeada de las mejores personas, esos dos mil metros dieron los frutos de treinta años, primero había que crear un hogar, aunque ya estaba creado en pocos años llegarían más personas, ninguno de nosotros sabíamos cuantos vendrían, fueron muchos, y mientras todo se organizaba, ladrillos, cemento, hormigón, pinturas, cables….. se formaban parejas, primero novios, mas tarde matrimonios, en poco tiempo varias parejas con niños pequeños, los primeros fueron mis hijos.
Ellos crecían y a la vez los árboles daban sus frutos, la primavera era lo más bonito a la vista, flores de todas las clases, jazmines, rosas, margaritas….. el aroma del azahar, la mezcla de aromas. Con los ojos cerrados podía identificar en que parte de esos dos mil metros me encontraba.
Tanto a él como a mí, el mar era nuestra pasión, navegó y navegó, y la tierra lo atrajo hasta hacerse con él. Sacó de mí el amor por la naturaleza, me enseñó a plantar semillas, a tener la paciencia suficiente para verlas florecer, a inundar de agua los árboles, a pisar el barro, a disfrutar con las manos heladas de frío, mientras removíamos la tierra.
Por cada nacimiento se plantó un árbol, los cuidamos como si de nuestros hijos se trataran, los amamos y los quisimos viéndolos crecer.
Por el paso de los años, árboles viejos se marchitaron y nuevos florecieron, como las personas de nuestra familia, algunos se marcharon y nuevos hijos llegaron. Aprendí a querer cada nueva hoja, cada tallo nuevo, a querer a cada persona, a amar, a su forma, a la mía.
Ese trozo de tierra me mostró las habilidades, me indicó el camino que debía llevar, me dejó ver lo maravilloso de compartir, crear, respetar, de saber esperar, de amar.  
Esos dos mil metros  llenaron treinta años de mi vida, compartidos con los seres queridos, los que están, los que siguen sin presencia. Allí en esos pocos metros los recuerdos de tantos momentos vividos, cada palabra que dedique a esa tierra, pequeña será.
Tuve la oportunidad de practicar las enseñanzas, interrumpidas de momento, aunque pronto con ilusión, y con ese amor que heredé de los mejores, volverá a florecer a crecer, mientras seguiré echando agua, cortaré cada hoja seca, admiraré como crecen y se secan, desde mi balcón de lejos cerraré los ojos y mi cuerpo estará allí en el centro de esos metros, esos metros de tierra que siendo tan pocos han dejado tanta huella.
A mi tierra, a esa tierra dónde mis hijos crecieron, soñaron, lloraron y rieron, con abrazos y besos, como a mí me gusta, como a él le hubiera gustado vernos.
A él, “te recuerdo para no olvidarte”.

Conchi JO.

viernes, 27 de enero de 2012




“EL EXTRAÑO DESCONOCIDO”


               Habían pasados dos años desde que él me dejó, mi vida era aburrida, los días dedicaba el tiempo a trabajar y las noches las pasaba con pastillas, sin ellas no soy capaz de seguir.
Me aconsejaron visitar al psicólogo, llevaba un año con la moral por los suelos, era incapaz de organizar mi vida, empecé a dar tumbos, cada consejo intentaba realizarlo, consejos incluso de personas que ni me conocían, perdí mi personalidad y no encontraba la forma de recuperarla.
La primera cita con el psicólogo pensé que me ayudaría, iba animada, él me ayudaría a salir del pozo donde me había caído, pero después de varias visitas al salir de su consulta, lo único que había conseguido era llorar, llorar y lamentarme, el psicólogo al despedirse en la puerta siempre me decía lo mismo.
-No olvides tomar las pastillas, es muy importante, verás cómo te encuentras mejor. ¡Mejor!, parecía una zombi, o mejor una borracha, cuando cenaba lo que pillaba en casa, si es que pillaba algo, de postre cada noche un vaso de agua y un surtido de  pastillas,  cuando me dirigía al dormitorio me iba cayendo por el camino, al otro día no era persona.
Mi entrada cada mañana al trabajo era genial, mis compañeros intentando animarme me decían:
-Qué mala cara tienes, ¿no has dormido?, debes de cuidarte ha pasado mucho tiempo, la vida son dos días, él no va a volver, y con ese aspecto no vas a conseguir nada.
Sin contestar inclinaba la cabeza haciendo un gesto afirmativo y me sentaba en mi mesa, eso sí, con un tanque de café para poder contrarrestar el efecto de las pastillas, cuando el café hacía su efecto habían pasado un par de horas, vamos que no era persona hasta las diez de la mañana.
Intentaba por todos los medios cambiar de aptitud, imposible, mi cabeza solo funcionaba la parte negativa, tristeza, añoranza, debilidad, dejé de quererme. Mis visitas al psicólogo, gracias que cada vez me citaba con más espacio de tiempo entre ellas, pues cada vez que lo visitaba volvía a derrumbarme. Me encontraba sola, sin familia, con 30 años, soltera, a punto de perder mi trabajo, ¡vamos una joya!.


Una mañana por mucho que intentaba levantarme, mis piernas no respondían, mis brazos pesaban toneladas, ese día decidí por mi cuenta dejar de medicarme, sabía que estaba mal hecho, una de las contraindicaciones era intento de suicidio, aún así pensé que sería lo mejor, eso sí, debería de volver a quererme para poder salir adelante.
Las primeras noches fueron horribles, hasta que conseguí entretener las horas de insomnio, mira por donde me dio por escribir, en el papel plasmaba cada sensación del momento, antes de ir a la cama repasaba lo escrito y la verdad que tampoco me ayudaba mucho, hasta que no sé porqué abrí un blog para que algún ángel de la guarda me leyera.
Cada noche antes de empezar a escribir, leía las críticas a mis escritos, sé que no escribía muy bien, pero alguien con un nombre extraño entendía cada palabra que escribía, era como tener a alguien junto a mí, sus palabras hacían que sonriera, la primera vez que reí me sorprendí, hacía mucho tiempo que mis labios no se estiraban. La noche que sonreí a la mañana siguiente en la oficina cuando entré, me miraban extrañados.
-¿Que te ha ocurrido?, no me lo digas, ayer estuviste en el psicólogo ¿verdad?.
No quise contradecir las opiniones y me puse a trabajar.
Dejé de tomar café y visitaba la frutería un par de veces a la semana, a mí llegada a casa me conectaba y leía los comentarios sobre el escrito del día anterior. Muchas personas me escribían, y yo dedicaba un buen rato a contestar dando las gracias a cada comentario, entonces allí como todos los días el nombre extraño, que feliz me hacía leer sus letras, todas ellas dedicadas a mí, ¡a mí!, y como siempre mi agradecimiento a sus palabras. Mi psicólogo me llamó enfadado y preocupado porque le había cancelado las últimas tres citas.
Ya han pasado tres años desde que él me dejó, y hoy puedo decir que perdí dos años de mi vida, que estuve a punto de perderla y que sin las palabras del nombre extraño no hubiera podido seguir. Esa persona sigue anónima, y sigue ayudando a que yo siga adelante, escribir, contar mis cosas, a veces vividas, otras ficticias, todas me han hecho soñar, cambiar mi actitud ante la vida y seguir adelante que no es poco.
Animo a todas las personas que se sientan solas,  a plasmar en el papel todo aquello que no te atreves a decir.
Conchi J.O.

Todos los derechos de autor, debidamente protegidos en Registro de la Propiedad Intelectual de Alicante.

domingo, 22 de enero de 2012


“AL DESPERTAR”

Ayer te busqué, como tantos días.
Desperté, el sol entraba por la ventana con tanta fuerza que tuve que cubrir mis ojos.
 Mi mano acarició el otro lado de la cama, ¡frío!, sin llegar a abrir los ojos comencé a llorar.
 Me cubrí, se hizo de noche, quise soñar, o mejor, recordar.
Recordar cuando aún la cama ardía de pasión, cuando las sábanas se liaban con nuestros cuerpos desnudos.
Recordar desayunos,  cambiar las sábanas manchadas de los juegos  compartidos.
Recordar nuestros silencios, cada uno con sus cosas, tu pintando, yo leyendo, y de fondo una música que a los dos nos gustaba, suave, suave como el aroma del té de las tardes.
Recordar y entre los recuerdos tu ausencia.
Me destapo, me levanto, me ducho y mirándome al espejo sonrío, algún día estaré donde tú me esperas, saber de tu espera me ayuda a seguir viviendo, aunque vivir sea no estar contigo.
Mi corazón de nuevo late despacio, cuando deje de latir mi amor, allí estaré, di que seguirás esperando.

Conchi J.O.

Todos los derechos de autor, debidamente protegidos en Registro de la Propiedad Intelectual de Alicante.